Febrero de 1438.
Sabía que había llegado el momento, ese día, el de hace una mes. Mes y medio? Ya no importaba. En cuanto morfeo la abandonó en su hora predilecta, permitiéndole dejar entrar pequeños rayos de luz en sus rasgados ojos, supo con certeza, que saldría vencedora.
Había superado demasiadas veces el túnel negro. Sí, su estado había recorrido todas las fases, pero... parecía que esta vez, la luz tardaba en llegar. Se alegró de no haber desfallecido, ese despertar le indicó que, de nuevo, los engranajes de la vida volvían a querer devolverle su ciclo.
No obstante, no olvidó su ritual. Era necesario. Imposible concluir una catarsis si no había enfrentamiento ante el dolor. Si... tu yo, no superaba la prueba, llegaría el fin del principio renovado, no podía volver a caer, era un riesgo demasiado elevado.
Se incorporó del tálamo victoriano con suma prudencia; no quería volver a despertar suspicacias en sus observadores, esos grandes creadores del destino.
Sigilosamente abrió el cajón secreto de su escritorio, extrajo una gran parte de su corazón allí guardado. cual pasado perdido y releyó su última página, manchada apenas hacía dos días:
Febrero de 1438:
He jugado fuerte y he perdido.
Ya no existo, mi alma ha salido sin recordar el camino de regreso.
Mi cuerpo se ha convertido en un caos desorganizado. Me dejo llevar por la inercia, sin sentir. He vuelto a morir y esta vez no estoy segura de volver a resucitar, de hecho no me apetece en absoluto realizar el esfuerzo. Voy a caer en el más profundo abismo, sin hacer el mínimo esfuerzo por salir. No va a haber nada, ni nadie que me ayude a sentir. No quiero manos, brazos ni cuerdas. Quiero caer, aterrizar y descansar. No soy necesaria, forma parte de la evolución de las especies, cuando esto ocurre nadie está dispuesto a hacer de bote salvavidas, ni tan sólo de flotador.
Nunca en mi vida me había equivocado tanto. Nunca me había arrepentido de nada hasta hoy, pero tampoco jugado, o al menos no invirtiendo tan gran capital. No sé porqué lo he hecho, siempre he sabido que mi cálculo para el juego es nulo. El problema está en esa maldita manía de mis gurús, inculcada hasta el tuétano, de seguir dando la razón a los sentidos, de la ridícula idea romántica de pensar que tarde o temprano es el corazón quien triunfa. Me olvidé eso sí, que siempre acabo salvándome yo sola, no calculé (malditas matemáticas) que esta vez mis fuerzas son nulas y no quiero hacer nada por recuperarlas.
Cerró el cuaderno. Exhaló una gran cantidad de aire y de nuevo entró en ella el deseo de resurección. Había vuelto a superar la prueba.
Era necesario soltar las últimas lágrimas. Es el último precepto que marca el duelo: Acabar de soltar lastre, dejar ir el último saquito de tierra. Releyó de nuevo y volvió a leer. Lo hizo una y otra vez sin descanso, logrando así secar y ahuyentar los resquicios de cualquier nube negra que le impidiese volver a volar. El cielo volvía a abrirse a sus pies. Otros motivos debía solucionar antes de lograr el objetivo final, pero ahora sabía que sin duda encontraría siempre el camino aunque resultase arduo.
Iuska, 2 abril 2009
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